Lourdes Molina es psicóloga y trabaja con personas víctimas de explotación sexual. Desde el comienzo deja muy claro el marco ideológico desde dónde opera: “el tema es la explotación sexual, la trata se utiliza para conseguirla; y la explotación sexual es la prostitución en todas sus formas”.
A propósito de la atención de esta problemática, subraya que la facultad no le enseñó nada para poder ayudar a las chicas, que lo que sabe lo aprendió en la calle.
Lourdes señala como uno de los primeros obstáculos en el proceso de recuperación, el que a las víctimas les cueste reconocerse como tales: “en las víctimas de explotación sexual no está instalada esa palabra”, justamente por las consecuencias subjetivas que provocan la coerción, la amenaza, la manipulación psicológica. Las personas en situación de prostitución sufren trastornos disociativos de la personalidad, identificación con el agresor y, en muchos casos, lo que se conoce como Síndrome de Estocolmo.
“En la captación ocurre un bombardeo de amor y seducción, se les asigna un referente que, mediante confesiones íntimas, consigue información con la intención de someter y manipular; les proponen una vida mejor, una vida diferente”. De esta manera Molina relata el proceso que lleva a lograr el consentimiento, lo que ella llama “el hechizo” y la captación de voluntad. Espontánea, recomienda películas como “Princesas”, “La mosca en la ceniza” y “Yo, puta”, que reflejan estas situaciones.
Se apura para poder describir cada momento del sufrimiento: “cuanto más cansada, peor alimentada y más alejada de sus amigos, más reducida a la servidumbre”.
Lourdes cuenta que trabaja desde hace quince años con la organización Nuestras manos. Su pasión y su energía son evidentes y contagiosas, pero reconoce que las profesionales se cansan de acompañar a las víctimas de prostitución: “por el proceso de lavado de cerebro se les hace muy difícil recibirnos”.
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